lunes, 1 de marzo de 2010

Cuestiones relativas a la práctica de la medicina y a la formación del médico

Parecería que la formación médica ha ido dejando de lado su vertiente más humanista, que fomentaba no sólo el perfeccionamiento de una práctica, sino el conocimiento de la historia de su disciplina y, en general, una visión más completa de lo humano. Leyendo EL artículo “La epidemia: una perspectiva histórica”, da la impresión de que el progreso científico por sí sólo no es suficiente para “ilustrar” el mundo, y que sin la contraparte humanista, aunada a una curiosidad flexible, estaríamos sumidos en una ignorancia apenas aderezada por la técnica. Pensando en esto, nos surge la siguiente pregunta, ¿es la hiper-especialización una desventaja de nuestros tiempos? ¿Hasta qué punto la formación médica contemporánea excluye una visión de conjunto en aras de un progreso feroz e irreflexivo?

La primera pregunta pudiera estar mal formulada. No se puede hablar de “desventaja,” en un sentido estricto, porque el progreso científico actual es de tal naturaleza que exige la hiper-especialización. Imposible avanzar sin ella. Debido a la cantidad de conocimientos acumulados, hoy ya nadie puede sentirse enteramente a sus anchas en ninguna disciplina, y precisa concentrarse en una pequeña parcela o diminuta fracción del campo científico. Por ejemplo, creo que hasta fines del siglo XIX y principios del XX, todavía podía hablarse de “embriólogos” con un dominio muy respetable de todo (o la mayor parte) del corpus de conocimientos que constituían la embriología. Hoy, con el avance explosivo de la biología molecular, (entre otras ramas del saber anejas a la embriología), nadie soñaría con abarcar toda la enorme masa de información que existe al respecto. Toda la vida de un ser humano no alcanzaría ni siquiera para leer lo que se ha descrito, mucho menos para digerirlo. El resultado es que hay gentes que toda su vida se dedican a investigar la estructura o la función de uno o dos genes de entre las docenas de millares que existen en el genoma humano. Y algo semejante sucede en otras disciplinas, como el bioquímico que pasa buena parte de su vida profesional investigando la acción de una enzima, o una secuencia de reacciones químicas entre los millones que acaecen en el ser vivo. No tienen una visión general de su propia disciplina, mucho menos una visión de conjunto con otras ciencias –y no digamos con la vida del hombre. Pero esta limitación es muy respetable. Es absolutamente necesaria para que el campo avance. La metáfora (o lugar común, si se quiere) nos presenta a la ciencia como un gran templo en construcción. Los científicos son los trabajadores de la obra: muchos, la mayoría, no son más que humildes albañiles que colocan uno que otro tabique; algunos, los más excelsos, colocan mosaicos preciosos, o bellas columnas labradas que sostienen y embellecen el edificio. Pero todos colaboran en la tarea común y todos se sienten orgullosos de lo que están realizando.


Ahora bien, lo importante es darse cuenta de que la hiper-especialización es un mal necesario. No sólo soy yo quien lo dice. Hace ya medio siglo que un gran científico, Premio Nobel en física (apenas puede uno pensar en una ciencia más “dura” y más “básica” o fundamental que la física moderna), Edwin Schrödinger, publicó un libro titulado “Ciencia y Humanismo,” en el que expresaba ese concepto. Llegó a afirmar que “el conocimiento aislado, obtenido por un grupo de científicos en un campo limitado, por sí mismo no vale absolutamente nada.” Sólo adquiere valor, agregó, en su síntesis con el resto del conocimiento, y solamente en cuanto dicha síntesis contribuye a entendernos mejor a nosotros mismos. Schrödinger decía que todos los enseñantes de la ciencia tenían la obligación de ver los límites de su materia; de concientizar a sus estudiantes sobre la existencia de dichos límites; y de hacerles ver que más allá de su campo científico entran en juego fuerzas que no son enteramente racionales, y que brotan de la vida y de la sociedad. Claramente, Schrödinger era un humanista. En este sentido, concuerdo enteramente con su parecer.


En cuanto a la limitación de la visión de conjunto que la formación del médico conlleva, me parece que varía de país a país. Mi vida profesional y como docente transcurrió principalmente en el ámbito anglosajón de América del Norte. Tengo la impresión que la formación humanística del médico se descuida en esas latitudes, y creo que, en general, recibe algo más de atención en los países latinos. En los Estados Unidos ha sido tradicional admitir prioritariamente en las escuelas de medicina a estudiantes que se han destacado en las ciencias “duras” (matemáticas, bioquímica, física, etc.) antes de iniciar la carrera de medicina. Algunas escuelas hacen gala de incluir también a jóvenes que han enfatizado la historia, literatura, u otras ramas de las humanidades en sus estudios pre-profesionales, pero son los menos. Se proclama en altos tonos la importancia de la “diversidad” del grupo estudiantil, pero muchas veces se queda en buenas intenciones. Y cualquier inclinación humanística que el aspirante a médico pudiera tener inicialmente, es pronto borrada por el currículo que tiene delante. El plan de estudios, en efecto, es abrumador y definitivamente favorece una visión profundamente materialista del enfermo y su padecimiento. El cuerpo se ve como un mecanismo complejo, –“maravilloso,” “espléndido”, etc.– pero al fin y al cabo mecanismo, dispositivo, “máquina” y nada más; y el enfermo es una “máquina descompuesta” que al medico le toca componer. Se ha pretendido corregir esta visión restringida introduciendo materias tales como historia y filosofía de la medicina, bioética médica, y otras materias humanísticas, pero los estudiantes saben muy bien que estos cursos son “menores”; que se les dedica menos tiempo; que se pueden aprobar con menor esfuerzo; y que, para convertirse en médicos eminentes, exitosos y aplaudidos por la comunidad, basta con asimilar el modelo materialista antes mencionado. Lo demás sale sobrando. Así es como veo la situación presente.

lunes, 8 de febrero de 2010

Orgulloso de ser Mexicano

A la sombra del mes patrio, un banco convoca mi orgullo de ser mexicano (luego me pide, en calidad de documento probatorio, que lo demuestre contratando sus servicios).
Si uno escribe en Google la frase “orgullo de ser mexicano” aparecen 219 mil resultados; si se pone en plural el gentilicio, aparecen 203 mil. Si las búsquedas se ponen en femenino aparecen 32 mil. Si se pone “proud to be mexican” hay 175 mil resultados (por ejemplo: “I am Americana but love mi cultura para siempre. Places and things that make my Latina corazon happy!”). Por otra parte, “proud to be an american” genera 506 mil resultados, pero “fière d’être français” sólo 15 mil.
La primera entrada que produce “orgullo de ser mexicano” en Google es el blog “Somos México”.1 Dice el autor que “El pueblo mexicano desde mi punto de vista está lleno de tradiciones y múltiples manifestaciones coloridas de su cultura, sobra decir cuales y cuantas son” (la primera múltiple manifestación colorida, obviamente, consiste en torturar la lengua castellana). Es de lamentarse que el autor dé por sabidas “cuantas y cuales” son esas tradiciones. Tengo la impresión de que ello delata una inseguridad muy tradicional y muy nuestra.
Si se le pidiera que no las diese por sabidas y las enumerase, ¿qué pasaría? Me temo que la confusión, el balbuceo y la previsible lista de lugares comunes que se saben las Miss México. El autor del siguiente resultado Google2 se declara orgulloso por “lo grandioso de nuestros antepasados, por nuestra diversidad, nuestras costumbres, nuestros paisajes, nuestra musica, sus playas, comida y calidez de su gente”. Es decir, la convicción de que 1) nuestros antepasados son mejores que otros, 2) los demás países no han descubierto sus costas, y 3) un país sin tacos de nana se encuentra en deplorable desventaja. Estas convicciones, desde luego, son parte de nuestra tradición.
Todos los participantes que enumeran sus orgullos en Google concurren en que es un “país bello”, con pasado “glorioso”, donde hay “mujer mexicana”, donde hay “gentes con corazón como ninguno” y donde hay “playas”. A partir de ahí comienzan las sutilezas. Por ejemplo, es motivo de orgullo haber llevado ayuda a los damnificados por el huracán Katrina, contar con la voz de Vicente Fernández (un charro bramante que se viste de rosa), con Kalimán (un héroe de cómic de origen levantino), con artesanías, con su “tequila” (una bebida), sus “tierras fértiles” (una quimera), su Atlante (un equipo de soccer), su “Huapango de Moncayo” (una composición musical) y, para terminar, “el calentamiento global” (que al parecer es mejor en México que en ninguna otra parte). Nadie anotó como motivo de orgullo que hayamos inventado una religión que adora a la santa muerte. Ya llegará.
El orgullo de ser mexicano aumenta en momentos de crisis. Eso explica que durante los últimos setenta años hayamos estado tan orgullosos. El orgullo entre nosotros es una forma de la desesperación. ¿Enorgullecernos de nuestras conquistas sociales? Nuestros estudiantes están peor cada año. Nuestros maestros peor. La condición de pobreza es espeluznante y la exhibición que hacen los ricos de su riqueza es vulgar y ofensiva. La crueldad y saña que los elementos antisociales ponen en sus fechorías es pasmosa (para no mencionar sino a los políticos). La mansedumbre con que la pobre gente acepta la esclavitud voluntaria a un líder sindical a cambio de un nombramiento “de base” es indignante. Nuestras experiencias estéticas se reducen a la música, pero sólo conocemos un instrumento, el claxon, y sólo dos melodías: “Quítate” y “Chinga tu madre”. Las únicas industrias que prosperan son la comida chatarra, el giro negro y las pompas fúnebres. Nuestro sistema judicial sirve para resolver sólo el 1% de los crímenes y nuestros policías sólo parecen servir para poner los triangulitos amarillos de plástico que traen un número negro junto a los casquillos percutidos en las escenas del crimen para quedárseles mirando con aire intrigado. (La manufactura de triangulitos amarillos sería otra industria próspera, pero apuesto a que están hechos en China y apenas se dan abasto para surtir la demanda mexicana.) La división de poderes, el federalismo y la libertad del municipio sirvieron sobre todo para multiplicar la corrupción. El robo en todas sus manifestaciones se ha convertido en una de las bellas artes. ¿Cómo se puede estar orgulloso de un país que confeccionó el apotegma “el que no tranza no avanza”?
En fin. Ya me puse lóbrego. Los idus de septiembre. No habrá más remedio que contratar a ese banco.

¿Que te enorgulllece de ser Mexicano?



El viaje del elefante